Emotiva misiva de Miguel Ángel González en una semana especialmente dolorosa al coincidir con la muerte de Adolfo Irastorza, colega en el Secretariado General Técnico de una asociación empresarial durante dos décadas.
Hace ya 28 años cuando mi padre deambulaba por el pasillo de nuestro piso en la C/ Maximiliano Thous, nº 30 la Nochebuena del año 94, después de haber perdido ya un nieto sin saber que hacer ante la inminencia del ingreso hospitalario por cáncer terminal de mi madre y mi hermana a las que les habían dado un mes y medio de vida y seis meses respectivamente, en aquellas cenas post-hospitalarias tuvimos ocasión de hablar de lo humano y lo divino, cuando él me hablaba de pasar por la vida con más pena que gloria cuando realmente para mi había sido mucha gloria el haber tenido a una madre coraje abnegada con sus hijos y su familia.
Yo tenía solamente 24 años y era un imberbe e inmaduro (y lo sigo siendo) opositor a Abogado del Estado. El destino navideño ha querido que este pasado 30 de diciembre mi padre también nos dejara a los 94 años y yo precisamente acostumbrado a escribir obituarios de empresarios y amigos, no encuentro ahora las palabras adecuadas para describir todo lo que ha significado en mi vida la figura paterna.
Mi padre no tuvo una vida fácil y por eso pensé que el mejor homenaje que podría hacerle era recordar a todos los hombres anónimos de su generación que vivieron la postguerra y tuvieron que hacerse a sí mismos, al igual que muchos empresarios a los que he suerte de conocer posteriormente a nivel profesional.
Empezó a trabajar a los 6 años vendiendo regaliz y alquilando tebeos en plena calle, luego la C/ Ripalda en la típica botigueta del barrio del Carmen, hasta estudiar contabilidad en una academia con sus famosos libros de algebra y cálculo que todavía conservaba y aprobar unas oposiciones a Aguas de Valencia ( en aquella época Aguas Potables), luego vendrían las épocas de las vacas gordas con la construcción al lado de mi tío Barona que dio nombre al barrio del mismo nombre que permitió a mucha gente humilde tener una vivienda en condiciones, inclusive su querida hermana Lola y familia, por eso yo decía que mi padre era Antonio Alcántara junto a mi abuela Carmen que era clavada a la Herminia de la serie Cuéntame a la que cuidó siempre como a su madre María y mi tío y que me perdone él que siempre me dio buenos consejos era el D. Pablo de Construcciones Nueva York.
Luego vendrían la joyería ( hasta la crisis del 84) en Orriols junto a su socio Galán, debajo del piso donde viví mi primer año y medio después de nacer en la Cigüeña, el edificio Luz en el oscuro paseo de Alvaro de Bazán, nº 12 enfrente del Colegio Alemán y desde cuya cocina y mi habitación de juegos daban precisamente al Hospital Clínico donde pasó su última semana de vida y yo con él su última noche, el chalet de la L´Eliana, los apartamentos alquilados de El Saler del 78 al 86 y con mi hermana mayor estancias en su apartamento en Denia, todo ello aderezado por unas circunstancias familiares complicadas por algunos caminos filiales equivocados y mundos desconocidos en aquella época por las compañías generacionales como el que les tocó sufrir a muchas familias con sus hijos en la década de los 80 y en los que mi padre siempre estuvo apoyando y ayudando en los peores tragos y momentos de nuestras vidas que tanto afectaron a mi madre.
Mi padre no era precisamente de conservar patrimonio y alquilarlo sino de vender propiedades y no precisamente por un alto valor de mercado, prefería la comodidad de los intereses bancarios de aquella época a acumular viviendas, lo cual le permitió disfrutar de un nivel de vida digno los últimos 22 años de su vida con su segunda esposa con la que fue muy feliz y estuvo muy atendido y cuidado, por lo que sirva también este artículo de agradecimiento público hacia ella y su familia y de reconocimiento a las segundas oportunidades que da la vida cuando se jubiló siendo Director Financiero del Grupo Constructor Navarro Luján en la Plaza de España que precisamente era la sociedad titular del Bingo Massamagrell, curiosamente la vida es cíclica por mi posterior desarrollo profesional.
Fue un trabajador incansable en que para él después de la familia primaba la estabilidad laboral como lo más importante. Era el contable del manguito con una letra preciosa inimaginable con palabras siempre acertadas hasta el final en su famosa tablex…( todo lo contrario que su hijo). Hay que destacar en esta última etapa de su vida todo el amor que se llevó de mi hermana Ester y su nieta Idoa que se volcaron con él.
Si algo caracterizaba a mi padre, era precisamente el agradecer cada día amanecer y levantarse por las mañanas ya que era un día nuevo más era un regalo de la vida y ser fuerte como un roble para aguantar todos los palos de la vida, yo tampoco fui el hijo modélico ni mucho menos en determinadas épocas post-sentimentales de mi vida aunque sí que recuerdo con cariño la ilusión que le hacía el que le dejara las papeletas de la Facultad con las matrículas de honor, el nadar junto a él que siempre nadaba de espaldas, bañarnos juntos en la misma bañera incluso hasta los 12 años algo impensable hoy con mis hijos Yoel y Mauro, los sábados por la tarde en el campo de fútbol de césped del Sidi Saler disparando con el empeine y marcando goles de chilena, venir a vernos jugar todos los domingos al Borussia en Salesianos y disfrutar con nuestros goles, nuestro viaje huida hacia adelante a Cancún cuando nos quedamos solos y la vida se nos había desmoronado en la Navidades del 95…
Fue una bellísima persona, bondadosa y encomiable que mediaba y huía de los conflictos, algo cabut y cabezota incluso hasta el final aunque dependiente de sus dos mujeres lo cual significa también un homenaje a las madres de nuestra generación, prudente y discreto y con los pies en el suelo ( todo lo contrario que su hijo) que siempre huyó de cualquier signo de ostentación y menos con los coches que le duraban casi dos décadas ( el Seat 600 y el 1430, el Citroen Palas CS, Renault 21 Manager y el último, el Hyundai Accent) por lo mucho que los cuidaba ( mi tío le decía que si pudiera se los hubiera subido a casa a dormir para que estuvieran más limpios), que prefirió quedarse en la clase media de aquella época aunque con seguridad económica, y sobre todo por su generosidad hacia los demás y los sabios consejos de razonabilidad aunque no los esperase que nos daba con sus manos que siempre tenía calientes como cataplasmas.
Hasta siempre papi, te queremos eternamente y serás el orgullo de nuestras vidas. Descansa donde eras feliz, nadando de espaldas hacia el infinito del mar.